Tengo que reconocer que las Canarias no es un destino que me apeteciese mucho, pero también es verdad que, cuando se tienen niños, las prioridades y necesidades cambian.
Yo soy una fanática de la historia y, por tanto, suspiro siempre por destinos turísticos donde pueda combinar visitas a yacimientos arqueológicos y museos y, además, disfrutar del buen tiempo.
Pero cuando una se convierte en madre asume rápidamente que hay cosas que deben quedar aparcadas por un tiempo y dejar paso a otras que se convierten en necesidad. Por ejemplo, a mí personalmente, me parece imprescindible viajar a destinos donde tengas buen tiempo garantizado y, por supuesto, mar. Eso sí, a lo que no renuncio (ni necesidad que tenemos) es a que en esos lugares también podamos disfrutar de una buena gastronomía (algo que, desde muy pequeño, hemos intentando inculcarle a Alfonso siempre, por supuesto, con las limitaciones que por edad tenía: no comer trozos grandes o mariscos, por ejemplo).
Así que las Islas Canarias se han convertido en un destino recurrente. El año pasado elegimos Gran Canaria y este año apostaremos por Lanzarote (pero como aún no hemos ido, no os puedo contar).
En Gran Canaria optamos por quedarnos en un apartamento justo en la playa de Las Canteras, en la capital: Las Palmas de Gran Canaria. Como Alfonso tenía solo 18 meses y me gusta que se alimente bien (esto pasa por al menos tomar verdura una vez al día, si no son dos, que es lo más habitual ya que le ayuda a regularse porque es un poco estreñido) nos pareció que un apartamento nos permitiría garantizar esta “norma” y además tener más comodidades como lavadora y secadora o una nevera con comida y caprichos para cualquier hora del día (en esta familia, las incursiones al frigo por las noches están a la orden del día). Y la verdad es que fue todo un acierto. Por si queréis el contacto, se llamaban Atlantis Canarias Getaway y yo creo que pagamos por una semana menos de 470€ (¡ah! y con wifi gratis, que para nosotros era imprescindible porque siempre hay alguna cosilla de trabajo que hacer).
Las Palmas fue nuestro cuartel base y desde allí hicimos excursiones a distintos puntos de la isla.
En la capital es imprescindible visitar el casco histórico de la ciudad, la zona de Vegueta-Triana. Vegueta se convirtió en el núcleo de Las Palmas a finales del XV y en esta zona se encuentran la Catedral de Santa Ana, la Casa de Colón, el Museo Canario… y a continuación de Vegueta se encuentra Triana, que es zona comercial.
Otra zona que nos gustó fue la de San Cristóbal, que es el barrio marinero de Las Palmas. Allí comimos en una terracita que se llamaba La Puntilla. Dimos con él porque, cuando aparcas, hay personas que te indican dónde hacerlo (lo que se conoce como “gorrillas”) y al que nos tocó a nosotros le preguntamos dónde ir a comer y nos dirigió a este sitio. Allí comimos unas cuantas especialidades como Gofio (que estaba buenísimo), Vieja (un pescado que teníamos ganas de probar), fritos de cazón y huevas de pescado (que en este caso eran fritas y nos parecieron muy secas, nada comparado con las cocidas de Asturias y que, para nuestro gusto, son mucho más sabrosas). Comimos bastante bien, sin pretensiones, con muy buen trato y creo que no pagamos ni 30€ para los tres.
También estuvimos en un lugar llamado Moya, es un pueblecito muy curioso, lleno de callejas que acaban llegando a una especie de plataforma sobre la roca del mar (justo justo en el acantilado) y donde hay un restaurantito pequeño y coqueto en el que se pueden tomar platos con productos locales y también internacionales: desde una ensaladilla a un ceviche pasando por un pescado o una lasagna. Se llama Locanda El Roque. No es barato, creo recordar haber pagado unos 60€ por tres o cuatro cosas de picoteo, un par de cervezas y un agua, pero el sitio es espectacular.
Otro sitio que no se puede dejar de visitar es San Bartolomé de Tirajana donde se encuentran las famosas Dunas de Maspalomas. Sí, son famosas, y cuando uno llega allí entiende por qué. La verdad es que hacía mucho tiempo que no veía algo que me sorprendiese tanto. Impresionantes. Parece que uno está en otro planeta.
En cuanto a las playas he de reconocer que las que más me gustaron (de las que nosotros conocimos, claro) resultaron ser artificiales y ambas estaban en el sur de la isla. La primera de ellas es la de Puerto Mogán, un lugar que me recordó un poco a Puerto Banús o Ibiza y que un día a la semana tiene un mercadillo. Aquello es la locura. Miles de personas (extranjeras muchas de ellas), coloradas como cangrejos, cargadas de bolsas, de local en local, que casi chocan contigo pero, en cuanto se acaba el mercadillo la cosa que da súper tranquila.
Allí hay muchísimos restaurantitos pequeños donde comer platos típicos y nosotros elegimos uno (ohhhh! No recuerdo el nombre) donde nos decantamos por unos quesos locales fundidos, papas arrugás con mojo y ropa vieja con cabra. Estaba todo delicioso y debimos pagar unos 55€. A ver si encuentro el nombre por alguna libreta apuntado.
Después de la comida nos fuimos a la playa, sumamente tranquila. Allí alquilamos una sombrilla para que el peque no estuviera a pleno sol y para poder tener un poco de agua mineral fresquita cuando la necesitase. Como es una playa artificial, es de arena fina y no hay una sola ola. Nada que ver, por ejemplo, con la bravura de Las Canteras.
La otra playa artificial que os contaba es la de Amadores. Nos pareció fabulosa. Me recordó a la de Xcaret de la Riviera Maya: aguas cristalinas y como una balsa de aceite y arena cristalina. Perfectas para pasar el día con el chiquitín.
¡Ah! Eso sí… ¡puntazo! El agua estaba a 27ºC… Caribe total.
En resumen puedo decir que, aunque no me parece el paisaje más bonito del mundo, es un buen destino para viajar con niños gracias a sus playas, temperatura del agua y clima y, encima, ¡durante todo el año!