Empezado el curso escolar, es tiempo de enfermedades de guardería. Porque los que somos padres sabemos que, especialmente, de octubre a febrero ponerse malitos está a la orden del día.
Nosotros, por supuesto, no podríamos ser menos y ya nos hemos agenciado un par de virus que nos las han hecho pasar canutas. Sobre todo el primero.
Ahora mismo estamos ya de salida del “virus de noviembre”. En nuestro caso ha sido una bronquitis catarral, lo que viene a ser un tremendo catarrazo de bronquios acompañado de un par de días de fiebre, pocas ganas de comer, mocos y mucha, mucha tos fea. Aunque los días son más soportables, las noches se convierten en un infierno cuando les escuchas respirar agitados y con un montón de sonidos por las flemas y, en algunos casos, porque no oxigenan bien. Con esto hay que tener mucho cuidado y fijarse en la agitación de la respiración y en detalles como ver si se les hunden las costillas al respirar.
Nosotros, como casi todos (o todos) los niños de nuestro entorno, ya hemos pasado por las bronquiolitis que nos han dejado una herencia: el Ventolín. Según nos explicó nuestro pediatra a partir de la segunda bronquiolitis se pasa a considerar asmáticos a los niños, pero solo hasta los 4 años (vamos, salvo que realmente lo sean). Por eso, muchos padres nos vamos para casa con un Ventolín (y las consabidas cámara y máscara que han de usar cuando son pequeños) que dejamos preparado en la mesita de noche cuando están muy cogidos de bronquios (obviamente, previo paso para diagnosticar por el pediatra).
Pero la verdad es que la gota que colmó el vaso (y espero que esto sea lo peor que nos tenga deparado el curso) fue el mes pasado, cuando pasamos por algo que llaman “herpangina”. Básicamente es algo vírico, típico en la guardería, que se contagia a través de la saliva (y como hay pocas babas allí mezcladas…). Da fiebre, malestar, poco apetito y lo peor de lo peor de lo peor es el dolor que sufren porque la boca se llena de llagas. En nuestro caso (imaginaros la lengua de un niño de dos años y medio) tuvo varias pero concretamente tenía una en un lateral de la lengua y que le cogía hasta la parte de debajo de más de 1 cm.
Creo que en nuestra vida lo pasamos peor. La primera noche fue espantosa. Él todavía no estaba muy mal cuando fuimos al pediatra así que nos mandó darle Dalsy pero fue empeorando y esa noche no dormía más de quince minutos seguidos porque se despertaba de dolor, llorando y diciendo que tenía “pupa”. Ni siquiera el Dalsy le hacía efecto más durante más de una hora. Por eso, a primera hora de la mañana nos fuimos al hospital. Allí confirmaron que era herpangina y que era muy doloroso (pensado una llaguita en la boca cómo nos duele a nosotros…) así que decidieron aumentarle la dosis de Dalsy (pesa 14 kilos y se lo dieron como si pesara 21). Esa noche fue un poquito mejor y dos días (sí… ¡dos días!) después empezó a comer miga de pan.
¡10 días fueron los que pasó en casa! Lo que tardó en empezar a comer medianamente normal (por supuesto, los primeros días no comía e incluso hubo uno de ellos que estuvo 7 horas sin beber una gota de agua y que nos hizo plantearnos volver al hospital por miedo a una deshidratación) aunque todavía eran cosas frías y suaves.
Una llaga en la boca parece una tontería pero nos hizo pasar la peor semana de nuestras vidas porque además todo se convirtió en una bola de nieve:
- No comía
- Bebía muy muy poco (un poco más de madrugada)
- No dormía
- Estaba irascible a más no poder (varios días sin comer, ni beber ni dormir hacen mella en el más fuerte)
- Se bababa en exceso (le produjo irritación en la barbilla)
- Tuvo que desengancharse él mismo del chupo porque no podía del dolor que le daba
- Tuvo que aprender a dormir sin chupo y solo lo conseguía (y mal) de noche. Por la tarde se quitó las siestas porque no cogía el sueño, lo que le hacía estar más irascible
- Como yo no podía quitarle el dolor se enfadaba conmigo y “no me quería”. Qué decepción, su madre “todopoderosa” no podía quitarle el dolor (quizá pensaba que no quería o que no le entendía. Eso creo)
En resumidas cuentas, una semana para olvidar.
Y, bueno, ahora, como os decía, estamos dejando atrás la segunda de la temporada. Aunque he de reconocer que, habiendo pasado el primer año de guardería, si este año conseguimos solo tener una al mes de octubre a febrero… ¡casi puedo decir que me conformo! (Pero otra como la del herpangina no, por Dios).
De momento hemos pasado por las siguiente enfermedades de guardería:
- Bronquiolitis
- Amigdalitis
- Otitis
- Herpangina
- Rotavirus (él leve, porque estaba vacunado. Pero nosotros… ¡menudo puente de mayo!)
Y además, de momento, nos hemos librado de las siguientes enfermedades de guardería:
- Hepatitis A (aunque ante el brote mandaron a toda la guarde a vacunar, ya que se trata en menores de cinco años de una enfermedad asintomática de la que muchas veces se enteran los padres de que la han pasado por análisis por otros motivos)
- Varicela porque también está vacunado
- El famoso boca-mano-pie.
Pues nada, a cruzar los dedos para que lo siguiente tarde mucho en llegar y que sea muy muy leve.